Tradiciones populares
Por Pilar Torres Vázquez
Hablando de tradiciones podemos destacar la celebración de distintas fiestas, unas marcadas por el calendario litúrgico, otras paganas y otras, por pura necesidad.
Religiosas
El día de Las Candelas, hoy en día desaparecida. Día de misa solemne soltando palomas a la salida. Solía cantarse una canción ese día que decía así: Cuarenta días señora, estuviste recogida, cuarenta días señora, para hoy salir a misa. Las Águedas, retomada en la década de los noventa, pasando en la actualidad por horas bajas debido a la poca afluencia de participantes. San Isidro hoy tan solo es homenajeado por los agricultores, algo que antiguamente lo hacía todo el pueblo. La «Breve reseña geográfica, histórica y estadística del Partido Judicial de Ciudad Rodrigo» escrita por Casiano Sánchez Aires, recoge que sus fiestas más llamativas de forasteros son las de San Juan Bautista y la de San Antonio de Padua, en las que ruedan por el suelo gorras, sombreros y otros trastos de lidia (con su Don Tancredo, a veces más o menos falsificado); baile y certámenes de pelota y barra. En la actualidad sin celebración alguna en ambos días.
La Infraoctava del Corpus, fiesta local, en la actualidad Corpus. Distintos festejos taurinos a lo largo de los días y para todos los gustos, verbenas, distintos tipos de actuaciones, actividades para niños y degustaciones de productos de la zona giran en torno al día de Corpus donde la misa y procesión con el Santísimo, encabezada por la cofradía del mismo nombre, presiden los actos religiosos de las fiestas locales. Lejos quedan ya otras celebraciones marcadas por el santoral. San Pedro con misa de mañana y baile al atardecer, fue muy importante otrora entre la gente del campo pues era cuando se ajustaban para trabajar, los criaos se cogen por san Pedro. El día de Santiago y la Ascensión se festejaban de igual modo, la virgen del Rosario con misa matinal, rosario vespertino y ofertorio. Unas desaparecen y otras se implantan. De reciente creación es la romería el día del Carmen. Se parte desde la iglesia Vieja hasta Fuenterroble de Arriba, donde se oficia una misa en la ermita y posteriormente, si hay mayordomas, se ofrece un ágape.
Paganas
Como era habitual en todos los lugares se celebraba el Carnaval. En vísperas las mujeres hacían zambombas con las que acompañar sus cantos los días venideros. En el antruejo hacían baile, de tarde y noche, en el viejo salón, los tres días, aunque el fuerte era el martes, cuando salía la “vaca embolá”, que tal vez sea la forma más común de denominar a esta especie de primitivo carretón, seguramente, como vestigio de las vaquillas con bolas en los cuernos que en muchos lugares lidiaban los mozos que entraban en quinta esos días. Muchas veces fue portada por Manuel Hernández, “el tío Poca Ropa” que corría que se las pelaba detrás de los muchachos. Es sin duda la persona más recordada. Los disfraces tal y como los conocemos hoy en día no existían, la gente se apañaba con lo que había en su casa o en la del vecino si le iba mejor: sayas, sábanas, monos, cualquier trapo era bueno. Los más mayores recuerdan de ver en la infancia, a personas vestidas con monos “jaramandeados” y una especie de careta que asustaban a los niños por las calles del pueblo, los llamaban “Dominós”, muy populares en Venecia, siendo una máscara característica del siglo XVII conocida como Dominó que deriva de una forma eclesiástica Benedicamus Domino (Bendigamos al Señor) usada en aquellos tiempos por los frailes y eclesiásticos para saludarse. Se piensa, que esta máscara y su nombre fue creada en forma de burla.
La víspera de san Juan se hace hoguera en la zona del caño donde se baila al ritmo que marca una charanga mientras se saborean perronillas y queimada. Ya se sabe que la danza sale de la panza.
Los quintos se perdieron por completo, ya habían ido cambiando las tradiciones. Antiguamente solo hacían fiesta en la víspera donde pedían el aguinaldo y el día de san Antón que era fiesta gorda con misa, sorteo del aguinaldo, corrida de gallos, baile y cena. Posteriormente pasaron a pedir el aguinaldo durante una semana, conviviendo en una casa que les dejaban para rematar esa agitada semana con la corrida de gallos y cena concelebrada con invitadas (novias, amigas o hermanas) y los choriceros (los mozos que entrarían en quintas el año siguiente). La desaparición de la mili abocó a la ausencia de los actos que se hacían.
La matanza no es una fiesta propiamente dicha, pero a pesar del trabajo que suponía (ahora es menor puesto que muchas faenas ya no se realizan) se convertía en un día festivo donde se compartía trabajo, comida y bebida con vecinos, amigos y parientes. Dulces de todo tipo, el vino dulce (especie de sangría caliente) y las luminarias que hacían los muchachos al caer la tarde eran la cara más amable de días de interminable trabajo y frío a partes iguales. A pesar de no haber desaparecido esta tradición en muchos hogares de la localidad, desde hace ocho años se viene haciendo en tiempo de adviento la matanza popular, un retazo de lo que realmente son.
TRADICIÓN MUSICAL
Al igual que en muchos pueblos de la comarca la tradición musical viene marcada por la impronta que dejaron los tamborileros. Por lo general esos músicos fueron pastores, cabreros o vaqueros, hombres que pasaban mucho tiempo en solitario con la única compañía de los animales que guardaban y por los que se acompañaban. Realizaban sus propios instrumentos con materiales que les proporcionaba la naturaleza; ramas, troncos y raíces de árboles eran utilizados para hacer las gaitas, tamboriles y porras. De pellejos de animales hacían el parcho de los tamboriles y con cuernos y huesos de cabras o vacas remataban las flautas. Acompañaban todo tipo de festejos, bodas de aquellas que tenían la víspera y la tornaboda, fiestas de quintos, fiestas religiosas, etc. Entre los tamborileros locales cabe destacar la dinastía de “Los Bellos” que pervive en quien escribe estas líneas. Las dulzainas también las construían y tocaban pero nunca gozó de la popularidad de los otros instrumentos.
Con pucheros rotos por el uso (entonces no se derrotaba nada) y vejigas construían las zambombas. La vejiga también era usada junto con tablas de madera y sonajas de latas para hacer las panderetas. Estos dos últimos instrumentos eran tañidos más por las mujeres a la par que cantaban distintas tonadas populares.
Otrora, muchas personas eran las que sabían “bailar charro”. Jotas, fandangos, charros, corridos, baile de la rosca en las bodas, baile de las cintas con plegaria incluida formaban el repertorio de los tamborileros y de los danzantes, hombres y mujeres, entre las que destacó por su salero Agustina “la Selas”, mujer que enseñó a bailar a otras personas.
Con la llegada de nuevas corrientes musicales, lo único que había pervivido durante décadas quedó relegado, sobreviviendo como cultura tradicional o popular en contadas ocasiones y de forma muy marginal. Se dio paso a lo que se oía y bailaba en las ciudades. La música moderna se instaló y personas de la localidad (los hermanos Blanco) y otras venidas de fuera, a través de las orquestas, la plasmaban en los modernos bailes que se hacían en los salones existentes. El de “arriba” y el de “abajo”. Décadas después verían la luz las discotecas.
VESTIMENTA TRADICIONAL
Las vestimentas tradicionales quedaban relegadas a días de fiestas gordas en las mujeres. Manteos, sayas rodadas, mandiles, rebocillos, chambras, cintas coloridas, mantillas de rocador, faltriqueras, medias caladas y buenos zapatos había en las casas de la gente adinerada. Esas personas algunas veces las prestaban a gente menos pudiente para lucirla en mayordomías o actos solemnes. También hay que recordar que en ocasiones ejercía la labor de vestido de novia. En las casas de gente más pobre solo había algunas de esas prendas y desde luego mucho más sencillas y de telas más bastas y austeras. De los aderezos ya ni hablamos. Hilos de oro, cruces, veneras, galápagos, tembladeras y otros adornos colgaban únicamente de los cuellos de la gente más acaudalada. Con el traje masculino no ocurría lo mismo. Ellos lo utilizaban tanto a diario para las faenas cotidianas como en las festividades. Calzones, camisones en el mejor de los casos enriquecidos con exquisitos bordados, al igual que los chalecos, chaquetilla, media vaca de cuero o faja, dependiendo si tenían que bregar con el ganado o era día de asueto, medias y botos lo formaban. En días fríos una buena capa charra les servía de abrigo. Como única joya un botón de filigrana charra. Se conoce algún caso en el que se sabía si iban vestidos de diario o de fiesta dependiendo del botón que se pusieran. Había alguna persona que tenía dos, cada uno de un tamaño, poniéndose a diario el más pequeño reservando el grande para los días de fiesta señalada.
Al igual que con la música y los bailes, los nuevos tejidos, cortes, estilos y corrientes cambiaron la forma de vestir y los ropajes que tanto se habían usado se guardaron en viejas arcas o arcones sacándolos a ventilar en el tiempo de cuaresma para que no se apolillasen. De poco sirvió en algunos casos, muchas piezas de la indumentaria fueron alimento de las polillas o pasto de anticuarios que las llevaron a precio de saldo, si no regaladas. En la festividad de las Águedas tiramos de arcón y nos engalanamos a la antigua usanza.